lunes, 29 de octubre de 2012

El cigarro perfecto

Son las 5:15 de la mañana; tengo 30 minutos para escribir porque a las 5:45 he quedado con Katie en la puerta de la residencia, a las 6:40 cogeremos un autobús que nos lleve a Budapest y dejo atrás un día de esos que son como un pulso ganado. Empecemos hace 12 horas.

Salgo de Introducción a la filosofía de la psiquiatría a las 15:30. Los jueves son una mierda porque empiezo las clases a las 9, hora exacta en la que Praga tiene su cita diaria con un tal Frío que me odia, y para que no me reconozca me llevo una braga de esquiar que me tapa hasta la nariz pero que me deja las orejas fuera por culpa de las rastas, entonces vuelvo a las 15:30 para no recordar ese fatídico triángulo amoroso entre tu mirada, la mirada del profesor y los párpados celosos que no quieren que se junten ambas: a las 15:30 me olvido de la mirada  de los profesores tras una presentación en psiquiatría que me salió modestamente perfecta y me voy a fornicar unas horas con mis párpados. Esta noche hay una fiesta en una iglesia (morboso sacrilegio), tengo que mandarle mi parte del trabajo a Íñigo (otra historia), tengo que falsificar la entrada y tengo que hacer la maleta para poder recogerla de empalme e irme a Budapest, pero joder... qué sueño tengo.

Me despierto a las 20:00 y le pido la pulserita a Elisa, que es la entrada de la fiesta sacrílega, la escaneo, la imprimo, y con un pilot le hago los retoques necesarios para que el puertas de turno entrenado por las brigadas rojas no me enrojezca la cara; tras 10 minutos comparo la original con la mía "4 Universities Megaparty" y se me viene la cara de Obama diciendo "Not bad", otra media hora de concentración absoluta y le mando lo que tenía que mandarle a Íñigo; vuelvo a mirar mi entrada y la cara de Obama se había convertido en un rotundo "Fuck yeah" y pienso: como consiga entrar con esta mierda de papelito voy a mirar a la gente que ha pagado la entrada con la cara de Yao Ming. Hoy no me apetece beber todavía, pero me quedan 5 minutos por lo que me hago un café de por si acaso, cojo esa tira de papel que debería ser de un azul más oscuro, le pido a Pepe el pegamento de barra para convertir la tira de papel en una pulsera -porque no soy de esos que tienen pegamento de barra ni tipex ni celo, pero si soy de esos que luego lo necesitan desesperadamente-, me bebo el café de un trago que toso por las prisas, compruebo que llevo todo mirando estúpidamente en muchas direcciones y en lo que salimos a tropel cantando los típicos himnos de la vergüenza ajena me llega un mensaje de que me han conseguido comprar una entrada: ya la venderé -pienso- y me enciendo ese primer cigarro de la noche que es un brindis de humo con el a ver que pasa Mufasa de cuando sales contento de casa (su fumas sabes perfectamente a qué cigarro me refiero).

Unos por un lado y otras por otro y todos mezclados llegamos a la puerta de la iglesia que solo medía unas cuatro veces más que los puertas -mi cara en ese momento adquiere un tono ligeramente más "*0*"- pero consigo vender mi entrada por 50 coronas más de lo que le debo a /Llulian/ (Julian en alemán) y me la juego con mi pulserita de papel sintiéndome un guerrillero en contra de la grotesca forma que tienen los clubs para exprimir los bolsillos de los erasmus con bolsillos: el puertas mira desde lo alto y yo enseño mi muñeca desde lo bajo, *.* mientras entro, ^o^ una vez dentro: Me enciendo otro cigarro, sabes perfectamente a qué cigarro me refiero.

05:44
KRONTINUARÁ

                                                                                 Pozdrav z druhé strany

domingo, 21 de octubre de 2012

Avión de papel

Viajar quizás
sea sentir sin necesitar
la memoria,
y todo da vueltas
como un poema
escrito por otro
en un avión de papel
que no te dejaron lanzar a ti
y lo quieres leer
cuando te das cuenta
de que la tinta eres tú...
otra vez tú buscándote
como si fueses otro
aun siendo feliz.

Un mes de versos en Praga
escritos en agua,
y leidos en piedra
entre el humo del penúltimo cigarro
leo lo escrito y me sonrío,
y miro ese folio
en el que tachar es solo mentira,
y leer es lo mismo que escribir
y no permite garabato necio,
ese folio
que siempre dice
que todavía le queda espacio




. 
?

jueves, 18 de octubre de 2012

Otra historia

Los reyes magos no existen porque son los padres, de eso te enteras cuando eres un niño: que los reyes magos existen porque son los padres, de eso se te enteras cuando dejas de serlo. Hace nueve días llegó Goncho a Praga y hace cinco que se fue, ese Gonzalo Álvarez que muchos de vosotros conoceréis y al que yo conocí antes de saber pronunciar las palabras "reyes magos". Harían falta miles de páginas y una mejor memoria para contar todo lo que hemos vivido juntos, pero esa es otra historia; para contar lo que hemos vivido aquí supongo que con el rectángulo de tu pantalla será suficiente.

Una tras otra salen las caras que ni busco ni reconozco de esa puerta que tienen todos los aeropuertos -me encanta mirar a la gente que sale por esa puerta, buscando con ansia el rostro que le demuestre a los que esperamos por otro que el suyo también quería ser encontrado, pero que triste es ver a la gente que lo busca y no lo encuentra-, imagino que sabes a que puerta me refiero, también se podrían escribir mil páginas hablando solamente de esa puerta pero esa es otra historia, entonces aparece Gonzalo y la puerta deja de repente de interesarme.
- ¿¡Qué pasoooooooo?! -fue lo primero que me dijo, y más contentos que Rajoy con una tijera cogimos el 179 dirección Vetrnik, donde cutre y majestuosa se alza en el medio de calles sin más mi residencia. En el pasillo nos encontramos a Marta, a Cristina y a María -unas chicas gallegas que no se cortan a la hora de ser buenísima gente- y a Elisa, a quien Goncho ya conocía porque fueron al mismo colegio (véase El tranvía que me lleva a casa, (siempre he querido poder escribir ese véase entre paréntesis)). Apenas llegamos nos vamos los dos al centro y acabamos en el K4 con Keka y sus amigas, un bar subterráneo donde los universitarios se juntan como gusanos cultos a ser cultos juntos, pero es barato, no dejan fumar (lo que se agradece cuando uno convive con la ropa sucia en un cuarto que podría saltarme a lo ancho), de vez en cuando regala música en directo y cuando no, dejan de fondo Parov Stelar o mamadas auditivas semejantes,  y como no en mi amada Praga, hay un piano que me deja hacerle caricias mecánicas aunque el martillo del Mi más importante del mundo esté medio suelto (¿os habéis fijado en que las palabras amada y mamada solo se llevan una m de diferencia? Yo me acabo de dar cuenta). Nos despedimos cordialmente y volvemos entusiasmados a la residencia.

Una vez allí empieza a aparecer la gente: dicen de salir -qué sorpresa- y aunque yo no quería ir porque tenía clase a las nueve al día siguiente me estranguló de nuevo esa sensación de que cada noche es como un regalo sin abrir, y acabamos en una discoteca de mierda en la que Goncho y yo nos lo hubiésemos pasado mejor si en vez de pinchar el dj hubiese cantado -otro latin-lover pinchando latin-shit para masas ebrias de erasmus-. Pero en lo que cogíamos prestada una cerveza de aquí y otra de allá, Goncho le da un par de caladas de ice-o-lator (bajo mis súplicas) para que se callase a un portugués que no paraba de pedirnos cosas... al final nos divertimos fantaseando sobre los días en los que iba a estar aquí y dejamos al portugués sentado viendo fantasmas.

Duermo dos horas y me piro a la uni porque tenía tres clases, voy a la primera, para la segunda tendría que haber mirado el correo porque el profesor estaba enfermo, y para la tercera debí haber mirado mejor el horario: era a las dos y yo esperando, tirado en un césped de Starometska con Gonzalo y con Cecilia -una chica andaluza que se fue a las dos-, hasta las cuatro para darme cuenta frente a la puerta de que había terminado hacía media hora. Muy bien Alberto. Otra vez mis huebos con B y otra vez pensando con faltas de orto-grafía. Y a todo esto yo había dormido dos horas, igual que hoy...joder que sueño tengo...ayer salimos y me quedé dormido en el tranvía de vuelta: si a eso le sumas un "el conductor no me vio" resulta un despertar atrapado cuando el tranvía ya no circula y un tener que tirar de la palanca de emergencia elevado a una alarma mas un guardia, te llevas tres kiómetros de pateo mañaveral bajo un frío terroroso y le restas dos clases a las que debí haber ido antes de abrir los ojos... Huebos. Creo que culpabilidad + resaca de una botella baratísima de vodka casi entera = ecuación apocalíptico-agorafóbica, pero esa es otra historia... y yo lo siento, pero como dice ese refrán que hasta ahora no existía:  (léase con acento de madre en bata)
                                                                         Cuando uno empieza
                                                                               a sumar narraciones
                                                                                 y a inventarse palabras
                                                                                          es el momento juuuusto
                                                                                                   de irse a la cama.


Pozdrav z druhé strany


sábado, 13 de octubre de 2012

La sonrisa de la niña: el mundo en el arte.


Antes o después surge una pregunta trascendente en la proyección artística en cualquiera de sus vertientes, y sea cual sea la respuesta, ésta ha de esculpir la reacción estética del mundo propio en disolución con lo desconocido. Esta pregunta cae sobre el ejercicio artístico para poner la duda donde antes solo había una certeza sin cuestionar, es decir, inmadura, sin que su respuesta implique, sin embargo, la conquista de la madurez, la cual espera siempre tras la pregunta definitiva que queda por formular.

Tras años pintando graffiti, pintando kron de mil maneras distintas llego a la conclusión personal de que la mil uno me dejará de nuevo insatisfecho: ¿arte en el mundo o mundo en el arte? Y dejé de exprimir las cuatro letritas cuando me di cuenta que desde mi experiencia el arte en el mundo no era suficiente: el contenido eclipsado constantemente por la exigencia de la forma y una forma condicionada a su vez por la tradición: esto deja poco margen de maniobra... al graffiti que he conocido y hecho le faltaba el mundo ¿Arte en el mundo o mundo en el arte? En un extremo está el arte puro como torre de marfil, esa cima del monte Parnaso dónde residen las musas; en el otro está el compromiso del artista con su tiempo, ese Quevedo y su patria de muros cansados o ese Sartre con Argelia o Dostojevski con la tisis moscovita. Para conectar los extremos, es decir, "la flor azul de oro verde" con "los vómitos de sangre roja como la regla de tu hermana" -como dirían Los chikos del maíz- acudimos a las licencias de la metáfora. ¿Y a qué viene toda esta parrafada archi-pedante? Pues no lo voy a decir, porque considero equívocamente necesaria vuestra incomprensión para que la verdad de lo que sigue no pierda su carácter tan brillante como incongruente.

Hace unos días me sucedió algo del todo incomprensible que trato de explicar para poder comprender algo del todo inexplicable, algo que con toda certeza se perderá si soy capaz de barnizarlo con palabras que no sean las del recuerdo primitivo: epifanía... no se si me explico: espero que no.
    En la estación de Malostranská espero al metro que me lleve a Mustek, donde tengo clase a las 16:15. Un hombre y su hija, que parecían de origen rumano y etnia gitana. Dos policías y una checa que hacía de traductora. El padre de la niña con un acordeón, la niña con un abrigo de colores, la policía de uniforme con pistolas y porras, y la checa con un paraguas. Me quedo mirando a dos metros y mil mundos de distancia, con una mochila llena de libros en otro idioma, los documentos de mi cartera me alejan del hombre y de su hija, los libros me alejan de las porras y de los uniformes con hombres dentro y dos metros de distancia y un idioma me alejan de la traductora.

La policía le ordena al hombre que deje en el suelo el acordeón, seguramente su única fuente de ingresos para él y su hija, y este obedece, dubitativo, con la cara del pescador al que le roban su barca. Y yo a dos metros y mil mundos curioso por saber lo que estaba pasando. Podría decirse que eran inmigrantes ilegales, pero eso le importaba al uniforme que cargaba con la incómoda conciencia de un hombre, no a mí... qué triste vivir en un mundo en el que eso podría decirse... entonces la niña y gitana e hija de un padre que dejó por culpa de un uniforme su acordeón, se gira ciento ochenta grados y se encuentra con mi mirada, y sonríe, me sonríe, como diciéndome: no te preocupes, que yo soy libre. Mientras me sigue mirando me sigue sonriendo y le da la espalda a dos uniformes, a un acordeón y a un paraguas. Yo le respondo con el esfuerzo de devolverle la mejor de mis sonrisas sin entender nada, pero qué triste la sonrisa que necesita entender... y me tuve que ir, sintiéndome de nuevo un crío y ella se tuvo que quedar, con los uniformes, el padre, el acordeón y el paraguas; yo me llevé mis libros y su sonrisa de gigante, de niña,  esa que no quiero entender para que siga siendo su sonrisa, esa que me regaló, y no mi pobre forma de explicarla, no se si me explico, espero que no.
       

domingo, 7 de octubre de 2012

Aunque sea un sueño

Por fin llega el último tranvía,
un tranvía más, un tranvía menos,
y ya me lo advirtieron
que este año es sólo un sueño.
Cierro los ojos y abro las manos,
toneladas de universo se retuercen
por unos pocos gramos de hierva,
mi reflejo en la ventana
sobre un lugar que desconozco,
entonces abro los ojos
y cierro las manos
y vuelvo a ser el crío
que se ríe del que ahora escribe
y le cuesta enamorarse.

No he cogido fotos para el cuarto
por que no las tengo
y camino por la residencia
viendo en cada muro de cada habitación
de cada persona
que se llevó a Praga
(que es un sueño)
su memoria congelada
y esculpida en sus afectos,
¿somos colecciones de recuerdos?
.....
y miro mis paredes, desnudas
de vosotros y vosotras,
y es mejor así,
pues vacías de rostros las paredes
no olvidan a nadie,
prefiero ver poco en una oscuridad inmensa
que perfectamente
lo poco
que alumbra una vela,
y olvido entonces las paredes
y sueño tranquilo,
un tranvía más
y me despierto
en Praga,
aunque sea un sueño.

sábado, 6 de octubre de 2012

El tranvía que me lleva a casa

La aguja lenta del reloj ha dado muchas vueltas desde Stranhov, y sería un triste ejercicio tratar de narrar experiencias borrosas, pero otras se mantienen siempre claras en la memoria. Durante mis dos primeras semanas aquí he aprendido mucho, pero mucho más sobre mí mismo. Obligado a cocinar para comer, a lavar para vestir, a respetar para convivir, a organizar para abarcar y no perder, y estudiar pensando que tienes que leer y te acuerdas de repente de escribir... esas cosas que hasta que no vives solo no conoces sino en la distancia, en la anécdota o el viaje. Todas estas cosas han evidenciado estos días mi antigua comodidad y mi considerable ineptitud para llevar la vida al día. Mi compañero de habitación es todo lo contrario, es un scout que cocina mucho mejor de lo que a mí me gustaría cada vez que me levanto de otra siesta y el está comiendo en el cuarto... ¿qué comes Pepe? - "Salchichas con queso fundido y una ensaladita" - joder, a mi solo me quedan espaguetis...¿no tendrás tomate, o algo?-"Si coge, creo que queda en la nevera"- Muchas gracias Pepe (de corazón)... y si eso fuese poco también le encanta comprar cosas sorprendentemente útiles para su lado del cuarto como cajas para meter las cosas, perchas para la toalla mojada, toallitas húmedas, y de repente llega con siete libros bajo el brazo y me dice que se ha hecho socio del Instituto Cervantes, y yo resacoso le ruego a Pepe que me enseñe a vivir... pero que se espere un poco... y me vuelvo a quedar dormido. 

 Imagínate un vaso de chupito en continuo desborde bajo un grifo abierto, o intenta beber agua de una cascada... bebes poco y además te parte la cara, esa es la sensación; ser medianamente responsable se torna adjetivo imprescindible para no depender de la ayuda de los demás, sustantivo omnipresente, y no-ayudar se vuelve verbo inconcebible. Pese a todo, la única rutina que existe aquí es la de salir todas las noches. Son las seis de la tarde, misma hora en España, y ya está oscureciendo: dentro de doce horas aquí hace un frío que duele.

Hace poco más de doce horas estaba con Roxy en un antiguo búnquer nuclear que ahora es una discoteca. Roxy es uno de esos motes que se ponen porque sí, en verdad se llama Elisa, y hemos decidido, porque sí también, que aquí seremos primos. Sin duda es mi mejor amiga junto a una americana a la que se le da genial describir emocionalmente todo lo bueno de las situaciones. A Elisa la conocí con sus padres cuando yo estaba barriendo el suelo del cuarto de baño en calzones (baños mixtos y duchas mixtas). Me acababa de rapar. Yo medio en pelotas, y sus padres, que la acompañaron hasta Praga, miran dentro del baño para ver dónde se va a duchar su querida hija el resto del año. Contra todo pronóstico les caí bien. Yo les saludo cordialmente como si fuese de traje y Elisa me dice: yo te conozco. Y efectivamente me conocía, el mundo es un clinex: muchos amigos en común del colegio al que ella iba, el Estudio, uno de los pocos nidos educativos privados y de izquierdas que quedan por España, colegio al que siempre fue Gonzalo Álvarez, ese Goncho al que todos conocéis y al que yo veré este miércoles. Epa. 

Aunque parezca que me estoy yendo por las ramas existe una relación directa entre que yo conociese a gente del Estudio y que acabase en un búnquer anoche, a saber, que unos checos con los que el Estudio hizo un intercambio hace incontables años, a los que yo conocí en el retiro, estaban en una discoteca alucinante entre ladrillos pintados por el Demonio de Tazmania con dos brochas y mil colores altamente psicotrópicos, y la llamaron a ella y ella estaba conmigo, y fuimos, abandonando un concierto de tributo a los red hots... Cuando les encontramos ya no sabíamos en qué puto nivel estábamos de aquel laberinto: una sala con música, una lámpara de cristal y la mesa redonda de Camelot, y como no había nadie para quejarse me hice uno en nombre del Rey Arturo. Y nos quedamos sin fuerzas, a muchos metros bajo el suelo sentados alrededor de una mesa redonda que rotaba en su eje interior, y casi nos ahogamos de la risa por pensar qué pasaría si girase la parte de fuera... el checo con el que estábamos saca un polvo marrón y le da un poco a su novia, se lo esnifan... me cuentan que es tabaco y yo les pido que me dejen probarlo... era tabaco, no lo había visto en la vida. Una tos cercana me ofrece las últimas caldas de Camelot, y me tumbo, y todo da vueltas menos la mesa, entonces decidimos irnos soñando con un vaso de leche con cereales, con nuestro querido sótano y unos capítulos de Hora de Aventuras, joder, cómo me gustan esos planes.

 Esperando al tranvía empieza el baile de borrachos, sentados sin hablar nos reímos en silencio de la gente que se tambalea. Nos subimos al tranvía con nuestros cuentos sin contar a las espaldas y nos miramos unos a otros en ese idioma universal que sabemos todos a partir de ciertas horas, y otras tantas copas. Con nuestros pensamientos ojerosos, profundamente inconcentrados en las luces de las farolas, que pasan una tras otra, el puto Hamster otra vez, hasta que llega a lo que ya llamas tu casa.


miércoles, 3 de octubre de 2012

Aventuras en Stranhov (Parte 2)

Y salimos corriendo del polvo blanco que lo llenaba todo. Uno se queda para recoger un ordenador. Las toses cesaron con la distancia y alguien dijo, .-hijos de puta-. Habían abierto un extintor para echarnos... joder con los checos, pero estábamos demasiado ciegos como para enfrentarnos a cualquier cosa que implicase tomar decisiones. Yo me reí, y miré con indiferencia a una rumana que pese a todo seguía rompiendo botellas por los pasillos. Joder, qué absurdo. Y la rumana seguía pasando una botella de plástico que se resistía a romperse de una cosa que sabía a agua con colonia mala, y otro español ofreciendo vodka gritando demasiado. Miré a Nico. Nico me miró. "Están quedaos", concluimos.

Y también concluyen dos horas de memoria, donde encuentro un espacio tan blanco como el color que distingue este párrafo del anterior, pero con el salto de uno a otro se me ha caído Nico, debió coger un autobús, y aparecieron otros, desaparecieron esos mismos. Salimos del bloque 10, Clara se va a dormir y ya no conozco a nadie. Me doy unas vueltas por el campus, sin saber que hacer, al reloj le quedaban dos vueltas enteras para traer de vuelta a los autobuses, ese que me dejó, y hago eso que suele hacer la gente cuando se tiene que comer dos horas de ese frío que te va robando el pedo poco a poco, y te va devolviendo la conciencia al mismo ritmo, es decir, pensar. Eran las siete de la mañana, ya era 27 de septiembre,  y recuerdo nítidamente esa lucidez cansada del mañaneo, el arrastrarse, el frío, el autobús que me trajo a Stranhov, que es el mismo que me llevará a la residencia, el avión que me trajo a Praga que es el mismo que me llevará a Madrid, y el Sol habrá dado tantas vueltas, día, noche, día, noche... joder, si Dios existe tiene que ser como un hamster que corre en una rueda cósmica para hacer girar el circo este... Qué sensación, esa en la que lo entiendes todo pero estás jodido de frío, esa en la que tu entendimiento se llena con bien poquito... pero parece todo... qué frío, y creo que he perdido los filtros.

Comienzo a caminar dirección al estadio, el más grande de Europa y yo me entretengo pensando lo grande que tiene que ser Europa. Tengo que esperar al autobús bajo la lluvia porque no hay donde resguardarse. Ni mi abrigo ni mi sudadera tienen capucha. Qué bien. Y yo pensando frases cortas entre puntos seguidos. Entonces vuelven las ganas de fumarme otro de esos cigarros que se consumen como carpe diem para que se joda el Hamster y que todo deje de dar vueltas, y busco un filtro, siempre llevo alguno suelto en los bolsillos.