jueves, 15 de agosto de 2013

Que tú y yo

Una pompa de jabón en el parque de Letna. Un trozo de pizza en Namesti Miru. Otra botella de vino de cualquier potraviny. Un vaso de absenta sobre un piano en el Zorkovna. Cien bailes ebrio en el Chapeau Rouge. Un mimo nefasto de camino a Wenceslao y un bar lleno de trenes. Un viaje a París. Un pub en un quinto piso sin cartel visible en Jindrisska. Otro a Budapest. Un cisne confuso en una carretera por las inundaciones. Una jam en el Zorkovna. Un café en el K4 y el piano. Un beso en una cama. Una explosión de gas en Narodni Divadlo. Un polvo en otra. Una pata de conejo en el Cross Club. Cristal de bohemia en Wroclaw. Un invierno de siete meses, cinco días de primavera y verano lo demás. Ha llegado el Sol pero se ha ido la gente y vamos cayendo como moscas en aviones de rutinas pasadas. Dos preguntas se enfrentan en el espacio vació que separan la despedida del Erasmus con la bienvenida de lo que no lo es. En el lado de acá ¿te da pena irte? y en el lado de allá ¿te apetece volver? Dos trenes que no circulan por las mismas vías pero chocan.

Como una costumbre de la que no nos acabamos de acostumbrar la vida siempre se sigue escapando de las gruesas redes de todo plan preconcebido, todo prejuicio, resbalando a través de esquemas o categorías. Dejando atrás todas las ideas. Pensar hacia adelante siempre es imaginar, pero hay maneras y maneras de imaginar. Puedes coger ciertas piezas: que te vas al extranjero, que te vas solo, que no tendrás a nadie encima de nada de lo que hagas, que vas a vivir un año fuera, que cocinarás para ti, que toserás solito en la cama si toses, que beberás más cerveza que agua y comerás más mierda que pan. Esas piezas encajan en lo que podríamos llamar las certezas materiales que nos sirven para cimentar un verdadero monumento a nuestra malcriada imaginación. En un 99% de los casos esto: sexo, drogas, fiestas bañadas de alcohol, aprobar con el nabo y con el corazón limitarse a bombear sangre para que el cuerpo soporte todo lo anterior. Con esto no quiero decir que este fuese mi ideal de Erasmus, mi ideal incluía bastantes cosas más, sino que lo esencialmente falso de todos estos montajes es el pensar que uno se marcha de Erasmus para sentarse en una mesa servida, una vida en la que tú llegas siendo alguien y a ese alguien se le ofrece todo lo que este año pueda deparar. Ese alguien es lo primero que se pierde, se redime o se retiene a riesgo de que ese alguien haya perdido el ecosistema en el que poder funcionar. Digamos que el Erasmus no se parece a la lluvia: no vale con asomarse y quererse empapar.

 El "yo" del que estamos hablando parece estar cosido en un ecosistema que ha sido configurado con tiempo y rutina, puntada a puntada con miedos, recuerdos, parques, casualidades y algún que otro de sueño y amor compartido para darle color. Quítale todo eso a la persona que crees que eres y en el cuarto de alguna residencia o en el salón de algún piso sabrás, de entre todo lo que tenías, con qué has sido capaz de cargar. Desde el orgullo hasta la vergüenza tendrás tu vida en tus manos con la posibilidad de compartir lo que quieras compartir y dejar apartado todo lo demás. Este episodio, de gran felicidad, es como toda gran felicidad un estado transitorio en el que la selección de virtudes inicial resulta artificial alejada de su hermandad con el vicio. Al igual que el acero, que se templa con un rápido enfriamiento cuando el metal alcanza temperaturas inestables, la vida nos va endureciendo progresivamente. ¡Me ha sentado como un jarro de agua fría! -decimos cuando la vida nos templa la espalda. No es casualidad que perdamos flexibilidad con el paso del tiempo, ni que quiebren las hojas tras una biografía mellada. En estos términos se podría decir que el Erasmus es una bocanada de aire fresco, endurece pero no seca, madura pero no agrieta. Aprendes evitando que la escuela vida te enseñe levantando la voz y apretando la mano. Por mucho que presuman todas esas generaciones que aprendieron a palos, esas hostias terminan por dejar más miedos e inseguridades que grandes lecciones, más dogmas que recursos. Manos duras que no acarician. Haber sufrido mucho no nos enseña a reír, ni haber sido feliz nos ayuda a evitar el daño. Mientras el dolor nos enseña a huir de él la felicidad nos educa para perseguirla. Huir o buscar se parecen en el movimiento pero en uno se olvida el camino y en el otro se hace camino al, ejem.

Alejarse de la familia, de los amigos, de las costumbres, salir del país, tomar una distancia con los demás y con uno mismo y poder ver todo esto desde lejos, distinguir su forma con claridad porque ni la mierda ni las rosas huelen cuando naces entre ellas. La experiencia Erasmus tendría que ser obligatoria excepto para quien no quiera. Debería ser obligatorio querer ciertas cosas. Quién no querría otra noche de aventuras con Marco, un baile con Elisa, un abrazo de Cris, una conversación con la honestidad de Rubén, escuchar otra vez la historia de Dimitri que acompaña la cara de /foske/ de Nico, la sonrisa eterna de María y una fiesta con Marta, cuya resistencia a dejar de divertirse y que la gente no empiece a entristecerse supera los límites de lo posible. Que Uxía te cuente cómo va cada noche vestida. Que Vero te sonría como una estrella de los sesenta. Trabajar con Íñigo y que a través de un continente aun llegue el eco de su fuerza y de su iniciativa. Un bucle con Cristina que es infinitamente buena en su différence, descubrir a Bajtín con Verónika, aprender a vivir con Pepe, gritar "k ise la loba" a Davinia para que me mande de vuelta a mi cueva por chiquito troll. Un cuarto con Tatiana y otro cigarro verde con Stan. Hablar en polaco con Asia, escuchar el himno acústico al nihilismo de Tomás. Llorar de la risa con la cara de contar anécdotas frustrantes de Cris Suárez y saltar como un crío entre las pompas de Silvia. Sociología con Nacho. Las misiones de Cosano que ríe con Nuria. María dando palmas mientras Anxo falando deja las cosas claras. Antropología con Alba. Develar los secretos de la política trinchera a trinchera en el piso de Cecilia. Humo y Hora de Aventuras con Keka y Ganja Babe por segunda vez. Tocar el piano con Jean a la guitarra y arrastrarme con el teclado a la chambre de Jennifer y Max donde Walter White habla en francés sin conseguir que le respete. Hablar, leer y ser literatura con Enrique, estudiar la ironía con Suzanne. Hundirme sin ahogarme en los ojos azules de Liza y encontrar mi reflejo intacto. Y todas las experiencias que no cuento sin querer dejarlas de lado.

De castillo en el aire a baúl abierto de recuerdos recientes. A través de ellos se puede mirar de frente con la piel más curtida, menos carga a las espaldas y la mirada más clara. Haber visto y reconstruido lo que siempre di por presupuesto. Decir a dónde vuelvo no tiene ya sentido. Un akrónimo escrito con la vida de otras personas y el significado que le dan las personas que lo leen, alegran, calientan y acompañan. Otra voz que se agarra al papel empeñada en no creerse que el pasado no cambia.

Este es el puente que he levantado con palabras entre el leer y lo que fue durante muchos meses mi realidad diaria. Tú que interpretaste conmigo aquella partitura sin pentagrama en aquella orquesta sin director. Tú que has estado allí conmigo, en estas páginas o en las otras, en la portada o en la conclusión, soñando el índice o releyendo pasajes, sabrás de sobra que no se despide quien no hace predicciones. Que la memoria es un texto vivo y que por eso no hace falta vivir haciendo memoria. Porque solo mata el olvido. Que un puente no tiene final. Que no es compartir si hay que dar las gracias. Que tú y yo: por un recuerdo más.