jueves, 10 de enero de 2013

La princesa meretriz: puta España.

De vuelta a Praga tras dos semanas de reencuentros y comidas que por primera vez en mi vida he sabido valorar desde la escasez. Una familia en relevo generacional con dos bebés y otros tres infantes que infantilizan la navidad y convierten las antiguas e irresolubles discusiones políticas (magníficas lecciones para quien busca no estar de acuerdo) en un coro de "agugutatas" orquestado por la eterna admiración por las nuevas vidas. ¿En qué momento deja un bebe de poder ser cualquier cosa? No lo se, y espero que el doctor durex me permita seguir sin saberlo, mientras tanto y con el hijo de mi primo aprendiendo a encontrar el Do en el piano en mi memoria no me puedo quejar, de hecho estas navidades no he podido evitar sentirme profundamente afortunado más allá de cenar de una tirada lo que normalmente aquí comería en dos días.

Lejos de mí queda ahora mismo una España extrañada de sí misma, un rostro histórico sin pasado común ni futuro que se pueda compartir, un espejo roto, una princesa meretriz o un secreto que alguien debería desvelar pero que ya nadie recuerda. Pero ahí está, esa España que no cabe en Europa ni fuera de ella atada a una moneda que exige que Mariloles la del séptimo y Franz Stein o Francois Ledeaux lleven en el bolsillo el mismo valor con el que competir en el mercado internacional. España de políticos que gestionan lo que su pueblo no puede asumir. Estrangular para salvar los pulmones, un sindiós como escribió Juan José Millás, todo un acto de madurez. Cualquiera hubiese dicho que es más utópico un sistema como el actual que lo que hoy en día es sistemáticamente calificado de utópico. Pero qué puedo contar a estas alturas, en términos de cambio real el que estés leyendo lo que escribo es una elegante pérdida de tiempo. ¿Entonces para qué escribo? Me basta con pensar que en un sistema en el que el tiempo es algo tan material y banal como el oro, el conseguir que alguien pierda el tiempo es un asalto desde tu mirada a las arcas del fondo monetario internacional, y las siglas irán con mayúsculas cuando se lo merezca. Bonito engaño, ¿no te parece?

Desde mi habitación solo llego a ver a través de mi ventana un cielo gris a través de las ramas marrones de un árbol húmedo, eso me recuerda al único tallo verde de la negra economía española: el Sol. Como echaba de menos el Sol: los rayos que llegan a la República Checa se han dejado a no se que altura todo el calor que les pedí. La mayor parte del tiempo oscuridad con frecuentes lluvias, de vez en cuando una nieve preciosa, y si no luz que no calienta. Enero, es lo que toca. Pero en España el Sol aparece a veces aunque no te apetezca y te calienta aunque te pille conduciendo con el abrigo puesto. Y ya que estamos hablando de  la península sin Portugal y de su historia, recuerdo una entrevista a Jose Luis Sampedro en la que explicaba que, una vez convencido Franco de que su política económica aislacionista de aires napoleónicos era lo que en terminología económica se conocía por el nombre de una mi€rda, España tenía dos pilares de crecimiento: el Sol, capaz de atraer capital sin exportación, y su propia pobreza, es decir, bajos salarios que vender a la industria extranjera.

Principalmente las generaciones de la posguerra española han trabajado para el sistema público español o para la industria internacional, y ahí está la gracia: España salta desde el tercer mundo de la posguerra hasta el primero fortaleciendo el sistema público alrededor de la industria extranjera. Suben los salarios y el sistema de seguridad social. Entonces empresarios, políticos y banqueros tienen el plan maestro de desviar a la construcción la milagrosa capacidad adquisitiva de los españoles. Tantos ricos como deudas bancarias, tantos ingresos crecientes como casas en la burbuja inmobiliaria. Te presto dinero para que no puedas pagar la casa, recupero el dinero y vendo tu casa: plan maestro. Pero el tipo de industria que atrae la pobreza no trabaja con mano de obra adinerada, y se empezaron a marchar las fábricas vendiendo el terreno en el momento álgido de nuestro optimismo y todos a la puta calle, ¿verdad padre?, a inmobiliarias o a representantes políticos con grandes proyectos públicos, y si su primo era socio de un constructor pues mejor que mejor. Esas casas malignas que vuelven a los bancos malos: eso que si interesa nacionalizar para liberar la inversión privada. Se fueron las fábricas y los salarios y las ganas de comprar ladrillo. Explota la burbuja y el valor de la inversión desciende en picado, los bancos no dan dinero porque el que tenían ya no vale nada, se estancan los proyectos y los estudiantes que dejaron de serlo para trabajar pasan a ser ninis. La industria que se nutría de la educación superior desaparece, y las grandes universidades y las generaciones universitarias se quedan fuera de contexto: generación perdida para España y encontrada para Iberia, y solo nos queda por repasar la estructura de funcionarios formada al rededor de aquello que generó beneficios que lejos de ser utilizados para generar industria propia se sepultaron entre ladrillos desahuciados para saltar desde la apertura de España en los años 60 y 70 a los Juegos de la Deuda que vivimos hoy. ¿Deuda ilegítima? Evidentemente, pero los responsables de la masacre siguen andando por casa firmando leyes contra el aborto o pasando de Bankia a Telefónica, o asesorando hospitales o compañías energéticas, pero ¿cabe esperar de un país que reconoce la legitimidad de una amnistía firmada con militares reconozca un crimen económico? No lo parece, o sino pregunta por las cunetas de las carreteras secundarias de este país cuánto tiempo ha de pasar para que se desentierre la vergüenza hispana, una princesa obligada a prostituirse, ayer a punta de pistola, hoy por deudas. Esa puta España en la que puta no significa otra cosa, no te confundas, que trabajadora explotada.

 O España estudia lo sucedido, lo juzga, lo persigue y lo corrige en sus justos y propios términos como a hecho Islandia o volveremos al tercer mundo en el que nos dejó el testículo único de Franco, y eso no lo va a hacer el partido político que absorbió al franquista ni ningún otro que comience aceptando las reglas marco europeo, aunque esta vez el camino a la miseria está al otro lado de las relucientes farolas de la Unión azulona, a través del aro de sus estrellitas. Basta con decir que a los servicios públicos españoles solo les queda una salida: la desaparición o la guerra. Y que ni se te pase por la cabeza que lo que hago al escribir es intentar cambiar las cosas, me conformo con convertir el oro en pensamiento.

"No escribí para hacerme famoso en Twitter, sino para que entendieseis por qué es legal"
A. Gramsci



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