lunes, 27 de mayo de 2013

Erasmus: coma tras coma y mientras tanto

Sospecho que el Erasmus va terminando a ritmo de avión y amistad que se alejan juntos; ¿Habrá sido este Erasmus una de las mejores y más locas experiencias de mi vida? Supongo que lo sabré cuando el griego que ha entrado en mi cuarto patinando deje de gritarle a mi compañero de habitación que jamás le vuelva a dar de fumar a una polaca antes de casarse. Niko, el griego al que me refiero, no para de decir malaka, como dude en inglés pero que significa "pajero" y por lo visto es la expresión más típica entre las juventudes helenas. El malaka no vino a Polonia cuando nuestras amigas polacas, guapísimas, inteligentes, amables y extremadamente buenas cocineras (lo que corroboran dos brownies, un pastel de chocolate y manzana por el que cualquier ser humano con estómago vendería su Game Boy, y unos creps con queso fresco y mermelada casera que hizo Dios a través de ellas. Dichos alimentos tienen en común dos factores:
1. Son postres 2. Siempre aparecen frente a mí cuando mi profunda pereza a la hora de comprar comida y mi pereza profunda a la hora de cocinarla suman sus fuerzas para derrotar todas mis esperanzas de supervivencia:  dan ganas de enamorarse, pero no) me ofrecieron ir con ellas a Worclaw, ciudad natal de Magda. Tenía 14 horas para decidir y me sobraba con 10 minutos para preparar una mochila.

En el CochedelPueblo de 15 años de Asia, la polaca que me enseñó a bailar tango y danzas tradicionales en los pasillos de mi residencia y que me da Vodka siempre que ve la oportunidad, existe una tradición inviolable: escuchar Ups I Did it Again de Briteny Spears en momentos específicos del trayecto: salida de Praga, conquista de Polonia, entrada en Worclaw. Dado que las emisoras de radio son basura y solo tienen ese casete acabó por suceder un imposible: que me lo pasase bien viéndolas bailar como estrellas del pop de los 90 una canción que antaño me hubiese hecho saltar del coche en marcha. Definitivamente, me estoy haciendo viejo. Siempre queda poner el mute y poner otra canción bailable en tu cerebro, pero esa vez no lo hize: dale Britney, a lo hecho pecho.

Llegamos cuatro en coche, nombres en clave Marakuya (Magda), Salamandra (Aisa), Smok (Albertiño según Aisa) y un turco que para romper mi racha de 10 años sin hablar mal de la gente era sencillamente imbécil. Al día siguiente llegó mi compañero de habitación, Stanimir, el búlgaro con 29 años que estudia deportes y que vive conmigo más simpático que he conocido en mi vida, y Karim, un alemán de rizos llenos de confeti que es la reencarnación de la fiesta, adorador del confeti y de las burbujas siempre lleva dicho material en la mochila y su sueño es poner una tienda en la que poder venderlas. Sol polaco, alcohol ruso y cristal de bohemia en una fuente enorme que reclama a cambio de sus placeres que hagamos un tanto el idiota.



 Karim, Stan y yo vamos como locos cervezas, tabaco y pilas para unos altavoces que plantar en el parque que hay dentro de un río celosamente vigilado por una pared kilométrica suma de edificios. La música de Karim es la misma de esos festivales modernitos en los que la gente paga 100 euros para entrar a escuchar a DJ´s con nombre y apellido americanos al estilo Franz Wight, John Mayer, Cold Britt, Roger Mars o construcciones nominales con gafas de colores y drogas de diseño similares, pero debo de admitir, con mucho menos dolor que el que me llevó a escuchar una canción de Britney Spears hasta 6 veces en cinco horas, que me lo pasé estupendamente dejándome llevar por una canción que, con un Sol que extasiaba de color el agua del río, el verde del césped y el sabor de la cerveza nos quedamos plácidamente escuchando aquellos altavoces con pilas nuevas que desde las manos de Karim lanzaban confeti en sus momentos álgidos, haciéndonos reír cada vez que esos cuadraditos de colores se colaban como intrusos de la diversión en nuestras cervezas y que, en cierto modo, no deja de repetir una de esas verdades adaptables a casi todos los momentos de la vida.




Cojo el autobús un lunes a la 1:30, al que casi no me dejan subir por identificar los bailes y los gritos de la gente que me despedía con el volumen de alcohol en mis venas, lo que sin ser una analogía ilegítima era sin duda impertinente. Asia tramita con habilidad lo que de otra manera hubiese sido una putada y me duermo antes de que arranque el autobús, despierto en Praga.

Los lunes venden jarras de medio litro a 12 coronas ( unos 40 céntimos) en el Vodka Bar hasta que se acabe el primer barril y ahí estamos ocupando tres mesas como hienas sedientas. Cogemos el tranvía de vuelta algo menos sedientos, donde por una hermosa casualidad se sube una pareja argentina que disfruta de su jubilación laboral viajando por Europa. Elisa y Nico (el Bravío de Terramar que, abandonado en un islote por su padre Poseidón, llegó a Mallorca construyendo una balsa a medida que le crecían las uñas. No le creáis si alguna vez os cuenta otra cosa) se levanta para ceder su asiento a tan relinda pareja, nos dan las gracias en castellano y del castellano al /qué ehtudián uhtedes/, de la filosofía a su /mi marido también ehtudió filosofía/ y de la filosofía a la psiquiatría, de la que andaba hablando antes de esto con Chimo, estudiante de medicina y amigo de otra residencia. Contactando por email nos comunicamos para tratar de volver a vernos. La fortuita cadena de casualidades con Roberto Mazzuco, profesor consulto de la Universidad de Buenos Aires y Graciela  terminó con una invitación para cenar que concluyó con un "pasame (sin tilde) tu dirección de España que te quiero enviar un librito" y un "si venís a Buenos Aires" -que lo haré- no dejés de contactarnos". Bellísimas personas que la fortuna se tomo la molestia en presentarme. Quién pudiese jubilarse así, con el alma valiente, el corazón amable y la mente lúcida.

Hoy es lunes y es el último día que está aquí Vero, una amiga de la residencia que tiene un corazón tan grande como su tierra natal, que no es Andorra sino Rusia, lo que me recuerda que su despedida espera desde hace ya más de 10 minutos en ese bar donde reparten jarras a 12 coronas. El griego que ha entrado patinando hace unos 20 minutos ya transmitió a Stan sus argumentos. ¿Habrá sido este Erasmus una de las mejores y más locas experiencias de mi vida? No lo sé. Es evidente que se está acabando, pero todavía me queda un mes aproximadamente para llevar a cabo las que serán las mejores y más locas experiencias de este Erasmus para brindar por las que ya pasaron. Ákrónimos, experiencias de la vida que se escriben con las siglas de personas y experiencias compartidas, sanas demencias, resúmenes de relatos enteros que se dibujan con otras vidas que, mientras tanto, van escribiendo la tuya al mismo tiempo, signo tras signo y coma tras coma hasta que llegue el punto de volver a un principio del que nunca antes partimos.





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